jueves, 30 de junio de 2011
Un rato de silencio
Tenemos en el pueblo un hermoso templo, construido a lo largo de varios siglos. Hecho de piedras de sillería. Ahí guardamos la Eucaristía, para llevarla a los enfermos y para experimentar a Jesús que se parte y se reparte como signo de vida. Está el retablo como la mejor expresión de los principales momentos de la vid y del mensaje de Jesús. Está la historia de nuestros antepasados como lugar de cementerio. Entramos por la pila del bautismo, signo de entrada a la comunidad cristiana.
El templo nos sugiere y nos crea silencio, paz, lugar de encuentro con Dios y con lo mejor de nosotros mismos.
Nos hace bien entrar, seamos más o menos creyentes. Para dejarnos inundar de esa Paz, para acoger ese silencio, para escuchar a Dios
Es cierto que tenemos muchas cosas que hacer. Pero si os dais cuenta, un rato de presencia en el templo nos transmite sentido. Nos hace entrar en el misterio, nos ayuda a palpar a Dios. Que en la vida no todo es negocio, trabajo, diversión.
Podemos dejar el templo, a partir del día 11 de julio abierto de 8 a 9 de la tarde todos los días., ahora en verano. Es una invitación al silencio, a entrar dentro de nosotros, a acoger a Dios en nuestro interior. Y el que quiera, puede entrar y vivir un rato de silencio, oración,…
Así, de capital en capital, de aldea en aldea, de colina en colina, podemos recorrer toda la geografía peninsular, sembrada de humildes ermitas o de magníficas catedrales. Son símbolos de otros tiempos, tan cercanos y tan distintos, en que todo el pueblo se reunía en esos hermosos templos para aliviar las penas, para alegrar el alma, para seguir viviendo, porque no solo de pan vive el hombre, ni entonces ni ahora. Todo era en aquellos tiempos tan ambiguo como en los nuestros.
Con una idea totalmente distinta, podemos nosotros acudir al templo porque nuestra vida y lo profundo de nuestro ser descubre nuestra grandeza, la presencia amorosa de Dios. Nos encontramos a nosotros mismos y sentido y paz a nuestras vidas.
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