Tenemos
una herida y le echamos alcohol. Escuece. Turra. Y nos molesta. Pero ese
alcohol purifica y es principio de curación.
Estamos
en crisis ¡qué novedad! Y podemos pasar
por ella si no nos toca de cerca. Pensamos o creemos que no es para tanto, que
ya se está resolviendo... Si la estamos viviendo, ya tenemos otros sentimientos.
Estamos angustiados.
La
práctica más sana es reconocer la situación real. Acaba Foessa de decirnos, con
Cáritas, en un informe profundo, científico, sereno, que la situación es muy
dura. Que hay cinco millones de pobres
viviendo la exclusión más severa: en trabajo, vivienda, educación, comida,
salud,… Es exclusión extrema. Y ese informe nos parece alcohol porque nos
duele, nos escuece, nos interroga, nos intranquiliza en nuestro bienestar y
bienvivir. Y en las líneas de la política.
Entonces,
lo más fácil es decir que la herida no es para tanto, que con lavarse las manos
ya está. Por mucho que escueza el conocer esos datos reales y ese estudio, eso
es lo que nos puede ayudar a descubrir alternativas, a cambiar de giro en la
política, en nuestras actitudes.
Pero
es que resulta que la herida se da en una persona que sufre problemas con la tensión y con la sangre. Entonces hay
que seguir con otro tratamiento más complejo. Las personas que sufren la
crisis, sufren varios problemas juntos: vivienda, trabajo, luz, colegio, y eso
requiere el trabajo en cooperación de muchos especialistas. Y en primer lugar
de los implicados. Es curioso que no son
los excluidos más severos los que se manifiestan. No les queda fuerza ni para
eso.
Toda
la sociedad estamos llamados a remediar, a curar las heridas. Y por supuesto,
empecemos por reconocer las heridas y las otras enfermedades que nos acompañan.
Cuando oímos decir que ya salimos de la crisis, cómo escuecen las
gotas de alcohol de un informe ecuánime, pero
inquietante. Hay que decir a la sociedad que el niño se cayó y que la
herida es muy grave. Solamente le echamos alcohol pero luego es preciso curas
mucho más comprometidas.