jueves, 13 de febrero de 2014

¿Podemos salir?

Sí, salir del pozo. ¿Podemos? Sabéis el cuento:
Un amo tenía un burro que ya no le servía para nada. Y quiso deshacerse de él tirándolo a un pozo. Y allí estaba el burro en lo más hondo. Y el agricultor empezó a echar tierra para tapar al burro. Pero éste descubrió sencillamente la tierra y poco a poco se fue poniendo encima de la tierra que caía en cada palada. Y así fue subiendo hasta arriba. Parece mentira: con la tierra que le echaban, iba subiendo y salió a flote.
Un cuentito, pero que nos refleja una gran realidad: con las mismas dificultades y fracasos, somos capaces de salir a flote, de recuperar y mejorar nuestra persona y nuestro ánimo. Solo falta ser capaces de aprovechar los fracasos, las pérdidas, lo negativo y darle la vuelta: vivirlo en positivo.
Lo negativo es pensar que ya no hay salida, que estamos en un pozo sin salida. Cada pequeño detalle, cada persona, cada cosa, cada acción me puede ayudar para salir, para crecer como persona y ser lo que nunca había pensado.
Estamos en la crisis ¿Podemos salir? Sí, pero no para volver a lo de antes sino para crear una sociedad nueva, con otros valores y otro estilo.

Qué experiencias más bonitas oí el otro día. Hay un movimiento que se está expandiendo sobre todo en Centro Europa al que llaman “Economía del Bien Común”. También ha llegado a la Rioja y hay ya alguna experiencia. Es valorar las empresas, los ayuntamientos, la sociedad por la capacidad de atender a las personas y crear un ambiente y unas alternativas humanas. Intentaremos que vengan las personas que trabajan en estas experiencias a comentárnoslas. Para ver que podemos salir del pozo, no ya como el burro que estaba desechado por el amo, sino como seres nuevos con nuevas perspectivas.

Cuidado con la sal

Qué problemas tenemos ya a cierta edad con la sal. Enseguida nos aconsejan comer sin sal. Porque perjudica nuestra tensión.
Pero todos reconocemos que los alimentos sin sal saben insípidos y con ella saben mejor.
La sal sirve para dar sabor, para sazonar las carnes (el jamón), para avivar el fuego de asar chuletas, y también para escocer los ojos o las heridas.

Pues Jesús de Nazaret nos dice que seamos SAL. ¿Qué quiere decir esto?:
- Que demos sabor a la vida, que creemos ilusión, alegría, esperanza. Que ayudemos a saborear la vida, a vivirla con intensidad.
- Que sazonemos los pensamientos, los sentimientos, que pongamos equilibrio, sentido común, armonía en nuestros ambientes.
- Que avivemos el fuego de las causas nobles, apoyando, colaborando, haciéndonos voluntarios y partícipes, colaboradores de esas organizaciones y de esas metas positivas.
- Que también seamos como la sal, que escuece, molestos para las injusticias, la corrupción, la mentira, la explotación, la violencia. Decir las verdades y sobre todo, vivirlas puede resultar muy molesto y escocer a quienes no nos portemos bien. Pero es un gran favor que hacemos y que pude ayudar a crear otra sociedad distinta.
Pero ojo, hay que saber usar la sal, sin excesos. Y sobre todo, darnos cuenta de que la sal, cuando sirve, se va deshaciendo hasta, aparentemente, desaparecer. La saboreamos, pero no la vemos.
Así es lo grande de nuestra vida: irla entregando sin que se note.

Sofás y telenovelas

Decíamos que los enemigos del alma eran:”El demonio, el mundo y la carne”. Yo hoy quiero hablar de otros enemigos más sencillos. Yo quiero hoy poner la lista de lo que experimento como grandes enemigos de tener hambre y sed de justicia, de las ganas de cambio, de mejora.
Y pongo estos dos: El sofá y la telenovela. Me siento y percibo que vivimos muy acomodados, con la paz del cementerio. Porque muchas personas estamos bien. Estamos tranquilos (quizás venga de tranca, de los palos que hemos recibido en la vida).

Nos acomodamos y estamos muy a gusto en nuestra casa al calorcito. Y siempre nos cabe el recurso de ”ya nos lo arreglarán”. o de comentar lo mal que están las cosas….
Algo que ha enganchado muchísimo a las personas son las novelas y las teleseries. Hay que tener cuidado de cuándo se ponen las reuniones para que no coincidan  con los horarios de una novela. Si fuesen personas más jóvenes, tendríamos que atender a los horarios del futbol.
Fácilmente lloramos ante la tragedia de una novela o de ciertos programas de la tele, pero no caemos en la cuenta y pasamos de la realidad sufriente del vecino de al lado. Recuerdo que hace años, al ir a visitar a una familia, estaban llorando ante la tele, y al manifestarles que necesitaba hablar con ellos, me dijeron: ”espera, que esto está muy emocionante”.
Hay formas de evadirnos de la realidad. Los chismorreos, los sentimentalismos nos atraen y ya derramamos el caudal de lágrimas necesario como para luego preocuparnos de más problemas reales que existen a nuestro lado.
Va a ser cuestión de sentarnos en sillas un poco duras y de bajarnos a la calle a ver los dramas y las alegrías que nos trae la vida.
Mi correo es: gerardovillarperez@gmail.com
Mis teléfonos: 638 12 33 33 / 941 42 67 36
 
Porque es una forma de aterrizar en la acción que cambie y mejore la vida para todos. Contra el sofá y la comodidad, compromiso, y contra la teleserie, la vida del barrio o del pueblo. Viene muy bien para la salud.

SOLIDARIDAD DE LA BUENA

Que abunden las personas solidarias es una espléndida noticia que de ninguna manera debemos minusvalorar. Además, si la solidaridad aumenta, en extensión y en intensidad, seguro que se abren abundantes vías de mejora, cuando no sencillamente de solución, para los mil y un disfraces que adopta cada día la miseria.
¿Por qué no ser audaces y soñar que lo pode
mos conseguir? No serían, en absoluto,  quimeras de ilusos, pues, aunque no se hicieran realidad, nos impulsarían a progresar con la energía de la utopía...
La solidaridad mueve mucho mercado. No hay más que fijarse en los aditamentos solidarios de ciertas publicidades, los proyectos sociales de determinadas entidades financieras o los programas presuntamente solidarios de algunas televisiones, que en el resto de su programación no se caracterizan por tratar con dignidad a las personas precisamente. Pero dar un barniz solidario a los productos, sea cual sea su naturaleza, suele reportar jugosos beneficios a los balances de resultados, que -no nos engañemos- es lo que más interesa. Son bomberos que nos piden agua para apagar los fuegos consumistas que ellos mismos atizan cuanto pueden.
Por no hablar de los así llamados ‘embajadores’ de la solidaridad oficial, que en su intimidad disfrutan de unos caprichos de lujo insultantes; como el de la que acaba de regalar a su marido una isla en forma de corazón, ‘ideal para escapadas románticas’. Su precio: quince millones de dólares. ¿Cómo osará viajar luego a África con una camiseta, para abrazar sonriente a un mocoso lleno de moscas?
La excusa de la solidaridad nunca debería servir para traspasar ciertas barreras. Al contrario, solidaridad tendría que casar con responsabilidad social, impulsar a opciones de vida más sobrias, menos estridentes, más justas, en definitiva. Esa es la solidaridad de los milagros, la verdadera, y no la que justifica cualquier cosa con una recaudación, siempre insuficiente y no pocas veces indigna.
(Mundo Negro)