Por Pedro Zabala
Decimos que nos gobiernan los mercados. Deberíamos decir los grandes mercaderes. Nos quejamos y, a veces, protestamos. Nuestra protesta debe ser más enérgica y eficaz. Pero no sólo contra ellos. También, en parte, contra nosotros, contra hábitos que hemos adquirido sumisamente y nos han convertido en sus esclavos. Nos hemos creído que todo tiene un precio...hasta las personas. Y neciamente hemos consentido la mercantilización de esferas de la vida que nunca se habían sometido a la lógica del mercado.
Hay que reconquistar el placer de la gratuidad. El hacer algo por otras personas sin esperar, por ello, retribución alguna. Lo que sea, desde una sonrisa. una palabra amable, un favor grande o pequeño. Prácticas de buena familia, amistad o vecindad. Se desnaturalizarían, si se recibiese dinero a cambio. Con un simple gracias, hoy por mí, mañana por tí, ya es suficiente. Aunque, alguna vez, nos tropecemos con algún desagradecido.
Dar, se puede dar muchas cosas: desde la palabra, dinero o ayudas. Pero el placer de la gratuidad se agiganta, cuando no das cosas, te das tú, tu misma persona, tu tiempo que es lo más valioso que tenemos al prójimo que nos necesita. Y te encuentras con una sorpresa inesperada: es mucho más lo que recibes que lo que has dado. Te has hecho más persona, eres más feliz. Millones de voluntarios en el mundo entero lo ha descubierto...
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