El chiste es muy socorrido. Después de comer, dicen: “ahora saca el pollo”. Y es un pollo vivo para comerse las migajas de pan que han quedado por la mesa.
Así siento yo la sociedad y me siento a mí mismo. Es cierto que hay solidaridad y en algunos casos muy fuerte, muy profunda. Pero también a veces damos las migajas.
Lo que nos sobra: comida, ropa, dinero… Sin duda es bueno. , Pero ¿no podemos profundizar más y llegar a entregar, a compartir con los que no tienen dando de verdad aunque sea privándonos nosotros de ello?
Me invito y os invito a analizar: lo que echamos en el cestaño, en la hucha, en el donativo, realmente supone algo sustancial en nuestra vida o es lo que nos sobra, las migajas?
Entrego la ropa usada. Estupendo. ¿ Y me animo a no comprarme una ropa nueva y dar su coste? En el evangelio Jesús aplaude a una anciana porque echa dos moneditas, pero eran ”lo único que tenía”
Muy bien las operaciones kilo, el café o el huevo pendiente, pero ¿llego a entregar lo que realmente me supone entrega?
Hay una gran escala en la generosidad. Pero una buena señal es que me prive de algo a favor de los demás.
No me gustan los cestaños en las misas, porque no sé si ese dinero es algo pensado y decidido como el compartir que realmente puedo hacer o es un quitarme el cestaño de delante. Prefiero pensar y decidir mensualmente cuánto compartir y ser consecuente.
No hagamos de las personas pobres como el gallo de las migajas, sino sentémosle a nuestra mesa desde el principio para que coma con nosotros.
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