En la vida no estamos para grandes compromisos, a no ser que valga
mucho la pena. Queremos cosas puntuales, de aquí y ahora. Estamos muchas
personas voluntarias para cosas concretas, de corto recorrido, pero nos cuesta
mucho más algo que dure tiempo y mucho más lo que sea para toda la vida.
Vivimos en una vorágine que nos invita a consumir, nos impulsa compulsivamente
a vivir y con rapidez. Los mayores hacían las cosas con tiempo, daban su
palabra que valía para siempre. Hoy, en general, se ha impuesto la experiencia
de “aquí te pillo, aquí te mato”.
Es una elección clara: o elegimos el amor o elegimos el deseo.
El deseo nos satisface en el momento y sin complicaciones. El amor
requiere tiempo para crecer y madurar, paciencia y constancia, detalles, entrega,
pasar épocas mejores y peores, caminar hacia esa meta.
Por eso no tenemos paciencia: nada más empezar, no queremos vivir los
sacrificios que nos exige.
Hoy tenemos muchas cosas que hacer y no queremos aguantar.
Con humor y, por supuesto, no siempre, hoy se firma antes la separación
de bienes en la pareja que el ”te amaré hasta que la muerte nos separe”.
Queremos vivir emociones intensas momentáneas. Se busca simples
excitaciones más que lo que pueda enriquecer a la persona globalmente. Por eso,
los apasionados romances, los enamoramientos descomunales, duran lo que duran
en la tele: hora y media.
Qué valor tiene lo conseguido poco a poco y con
constancia. Un árbol se ha hecho a base de años.
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