Dar
de comer al hambriento. Lo cambiamos
un poco: “Compartir el hambre y compartir la comida”.
Sentir:
significa conocer la realidad de las personas hambrientas. Pasar físicamente
hambre, vivir en austeridad.
Cada
vez descubro más sentido al ayuno (aunque el no comer carne, no me implica
nada).
Multitud
de colectivos, ONGs, Asociaciones, grupos, entidades... reparten comida a los
pobres. Y muchas personas se privan de comida por compartirla con los demás.
Pero me molesta un poco el que haya “tantos hechos de solidaridad”, tantos
premios por ser solidarios, tantas operaciones puntuales de recogida de
alimentos. Pienso que antes que la
misericordia, ha de funcionar la justicia y la lucha por unas leyes justas que
eliminen la posibilidad de hambre en el mundo.
Es
como la cocinera o el cocinero, que al ver que no va a llegar la comida porque
los comensales han aumentado más de lo previsto, dice: “no tengo ganas hoy de
comer, porque he echado un bocado”. Miles de vecinos comparten con otras
personas comida, fruta, postres, verduras, ensaladas... felices, se lo están
dando a Jesús. Pero sobre todo felices
si tenemos la suerte de que los demás llenen nuestra hambre de solidaridad.
Ir
a las causas profundas del hambre en el mundo y luchar por la justicia en la
creación y en el reparto. Trabajar para que no haya Hambre. Cuando pienso en el hambre, enseguida me voy
a los hambrientos que conozco, pero ¿cuántos miles de personas mueren por no
tener alimentos en el tercer mundo? Y
es cuestión de leyes, de negocios, de riquezas hechas a base de pobrezas.
La comida cura no solo el estómago sino la
convivencia, la acogida, la amistad. Menos caridad y más amor. El hambre no se quita solo con pan.
Y a la vez suprimir el hambre en el mundo. Sobre
todo, en los niños (20 personas en España tienen los mismos bienes que 15
millones de personas). Es de suponer que guarden algún día ayuno por
prescripción médica.
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