Hay épocas en que no cesa de llover. Que llueva, que llueva... Siempre
está fluyendo el amor de Dios en las personas. Lo palpamos en las obras que
otras personas realizan en nosotros. Las llamamos OBRAS DE MISERICORDIA.
Misericordia no es considerarme superior al otro y ser condescendiente
con él, sino partir de que la otra persona y yo compartimos las mismas
realidades y las dos somos acogidos y amados por Dios.
Ver las cosas y las personas con Dios y como Él: desde el Amor. No
desde altura de ser yo mejor. Si no
experimento yo la misericordia y que Dios comparte mi realidad totalmente,
sería la postura del señor que acude al pequeño y al pobre.
El sol luce igual sobre justos e injustos.
Llevamos un tiempo largo en que la sociedad otorga premios,
reconocimientos, medallas a las personas y entidades que han sido
generosas. Cuando Jesús se conmueve por
la multitud hambrienta y hace que compartan el pan, no acepta homenajes. Se va
al monte a orar a solas, para llenarse de la presencia del Dios, Padre de
todos.
Lo único necesario para compartir con los demás hermanos heridos, es
sentir el corazón. Como en el buen
samaritano, hay que bajarse del burro, de la cabalgadura y acercarse al herido.
Ahí está lo importante: bajarme de mi situación, opinión, prejuicio y ponerme a
ras de la persona herida.
No entiendo que haga falta ninguna indulgencia, porque Dios perdona
totalmente y globalmente. La única condición es bajarme de la cabalgadura y dar
de comer al hambriento, vestir al desnudo, acoger al peregrino, visitar al
preso, acompañar al enfermo… Escuchamos las palabras de Jesús: ”venid, benditos
de mi padre…”. Sin más condiciones que haber acompañado al sufriente.
Desde la altura de mi situación, de mi borrico,
como el samaritano, es difícil ver, palpar, sentir las necesidades del prójimo.
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