Siempre me ha parecido espectacular la caída de una hoja.
Ahora, sin embargo, me doy cuenta que ninguna hoja “se cae” sino que
llegado el escenario del otoño inicia la danza maravillosa del soltarse.
Cada hoja que se suelta es una invitación a nuestra predisposición al
desprendimiento.
Las hojas no caen, se desprenden en un gesto supremo de generosidad y
profundo de sabiduría: la hoja que no se aferra a la rama y se lanza al vacío
del aire sabe del latido profundo de una vida que está siempre en movimiento y
en actitud de renovación.
La hoja que se suelta comprende y acepta que el espacio vacío dejado
por ella es la matriz generosa que albergará el brote de una nueva hoja.
Con este gesto la hoja realiza su más impresionante movimiento de
creatividad ya que con él está gestando el irrumpir de una próxima primavera.
Reconozco y confieso públicamente, ante este público de hojas
moviéndose al compás del aire de la mañana, que soy un árbol al que le cuesta
soltar muchas de sus hojas.
Sólo las hojas que se resisten, que niegan lo obvio, tendrán que ser
arrancadas por un viento mucho más agresivo e impetuoso y caerán al suelo por
el peso de su propio dolor.
Texto original de José María Toro,
extraído del libro “La Sabiduría
de Vivir“
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