. Ayer por la noche me senté a descansar antes de acostarme. Miré a la librería y me fijé en el viejo álbum de fotos. Mis abuelos, mis padres, mis hermanos. Aquella foto con el mapamundi detrás. La primera comunión. La mili. Los quince años. A veces me había atrevido a poner al lado algún comentario. En tercera persona: «Mamá en la exposición de pintura». Otras veces escribía alguna fecha: «la primera comunión de Asun, mayo de 1976». De repente se cruzó una idea: si Dios, decimos, es un Dios personal, ¿cómo será el «álbum de fotos de Dios»?
Pero Dios, sin duda, el Padre de Jesús, es el Dios que nos busca y nos hace gestos de complicidad: «¿te acuerdas de aquella noche de invierno, cuando apareció un pobre que te pidió una moneda? Era yo». «El otro día, en el hospital, te pedí que me hicieras caso, porque hacía una semana que nadie me visitaba. Era yo». Y Dios, que se nos muestra aunque seamos ciegos para ver y duros para comprender, nos dice: «en aquella clase de niños pequeños, cuando propuse trabajar sobre la paz, e hicisteis aquellos preciosos dibujos, allí estaba yo».
Sí, buen Dios. Estás en el parado que te mira por si sabes de alguien que le dé trabajo; en la mujer embarazada que sueña con su hijo; en el voluntario que un día se apunta a Cáritas y se ve dando de comer a africanos que no conoce. En el agricultor que, cuando va al campo, reza y dice: «gracias, buen Dios». En el joven prometido que le dice a la mujer de su vida: «eres todo para mi». Dios, entonces, dice: «pero qué torpes sois para comprender. Estáis todos en mi álbum de fotos».
Ayer, por la noche, me senté a descansar antes de acostarme. Tomé la Biblia. Miré al Cristo que está encima de mi cama, y oré así: «Gracias, buen Dios, porque sé que me tienes en tu viejo álbum de fotos. Sé que es viejo porque son muchos años de recoger tantos rostros, tantas situaciones. Está viejo y ajado, porque lo ves muchas veces, muchos días. Sé que soy importante para ti. Sé que mis hermanos, mis padres, mis hijos, mis nietos, mis vecinos son únicos para ti. No soy uno más del montón. Sé que estoy en tu álbum de fotos». Después de rezar así, me dormí. Bueno, lo último que dije fue: «gracias, Señor, porque me amas».(Verbo Divino)
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