“Es que los que van a misa son peores”
Permite que diga que eso no es cierto. Son iguales a los demás.
Es positivo el hecho de que veamos que el participar en misa nos exige seguir a Jesús y tener un buen comportamiento. Pero también es cierto de que aun con nuestros defectos, a misa no vamos porque seamos mejores que los demás sino con las ganas de ser buenas personas. Mejor aun, con la idea de descubrir en la misa cómo Jesús nos enseña y nos acompaña a vivir unos valores de convivencia, servicio, entrega…
Sinceramente esa opinión la veo como un tópico y como una forma de justificar mi postura. Perfectamente yo puedo participar o no en la Eucaristía. Pero nunca será justificante el comportamiento ajeno para mis decisiones.
En una sociedad muy plural en pensamientos, cada persona tenemos la oportunidad de pensar y decidir por nosotros mismos aunque otras personas actúen de distinta manera. Comprendo que ciertamente es difícil pensar y opinar por mi mismo cuando el ambiente nos va acostumbrando a actuar de una forma masiva, no personal.
Hubo momentos en que todas las personas iban a misa porque lo exigía el ambiente e incluso las normas y las leyes hasta sociales. Había que ir a misa porque si no ibas, estabas marcado en tu vida. Tengo sobre mi mesa un papel que dice” D…… cumplió con Pascua “. Gracias a Dios ya pasaron esos tiempos. El creer y practicar la fe es algo libre y personal
De manera menos lapidaria yo me atrevo a decir: Si rezamos, esperando que Dios cambie la realidad: malo. Si esperamos que cambien los demás, malo, malo. Si pedimos, esperando que el mismo Dios cambie: malo, malo, malo. Y si terminamos creyendo que Dios me ha hecho caso y me ha concedido lo que le pedía: rematadamente malo.
Cualquier argucia es buena, con tal de no vernos obligados a hacer lo único que es posible y además, está en nuestras manos: cambiar nosotros.
La justicia humana se impone por el poder judicial. Cuando pedimos a Dios que imponga “justicia” le estamos pidiendo que actúe como los poderosos. Dios no puede actuar contra nadie por muchas fechorías que haya hecho. Dios está siempre con los oprimidos, pero nunca para concederles la revancha contra los opresores. Esta es la clave para entender al Dios de Jesús.
La oración no la hago para que la oiga Dios,
sino para escucharla yo mismo
y darme la ocasión de profundizar en el conocimiento de mí ser profundo.
¿Qué resonancia puede tener hoy en nosotros este relato dramático que nos recuerda a tantas víctimas abandonadas injustamente a su suerte?
“Es que los que van a misa son peores”
Permite que diga que eso no es cierto. Son iguales a los demás.
Es positivo el hecho de que veamos que el participar en misa nos exige seguir a Jesús y tener un buen comportamiento. Pero también es cierto de que aun con nuestros defectos, a misa no vamos porque seamos mejores que los demás sino con las ganas de ser buenas personas. Mejor aun, con la idea de descubrir en la misa cómo Jesús nos enseña y nos acompaña a vivir unos valores de convivencia, servicio, entrega…
Sinceramente esa opinión la veo como un tópico y como una forma de justificar mi postura. Perfectamente yo puedo participar o no en la Eucaristía. Pero nunca será justificante el comportamiento ajeno para mis decisiones.
En una sociedad muy plural en pensamientos, cada persona tenemos la oportunidad de pensar y decidir por nosotros mismos aunque otras personas actúen de distinta manera. Comprendo que ciertamente es difícil pensar y opinar por mi mismo cuando el ambiente nos va acostumbrando a actuar de una forma masiva, no personal.
Hubo momentos en que todas las personas iban a misa porque lo exigía el ambiente e incluso las normas y las leyes hasta sociales. Había que ir a misa porque si no ibas, estabas marcado en tu vida. Tengo sobre mi mesa un papel que dice” D…… cumplió con Pascua “. Gracias a Dios ya pasaron esos tiempos. El creer y practicar la fe es algo libre y personal
De manera menos lapidaria yo me atrevo a decir: Si rezamos, esperando que Dios cambie la realidad: malo. Si esperamos que cambien los demás, malo, malo. Si pedimos, esperando que el mismo Dios cambie: malo, malo, malo. Y si terminamos creyendo que Dios me ha hecho caso y me ha concedido lo que le pedía: rematadamente malo.
Cualquier argucia es buena, con tal de no vernos obligados a hacer lo único que es posible y además, está en nuestras manos: cambiar nosotros.
La justicia humana se impone por el poder judicial. Cuando pedimos a Dios que imponga “justicia” le estamos pidiendo que actúe como los poderosos. Dios no puede actuar contra nadie por muchas fechorías que haya hecho. Dios está siempre con los oprimidos, pero nunca para concederles la revancha contra los opresores. Esta es la clave para entender al Dios de Jesús.
La oración no la hago para que la oiga Dios,
sino para escucharla yo mismo
y darme la ocasión de profundizar en el conocimiento de mí ser profundo.
¿Qué resonancia puede tener hoy en nosotros este relato dramático que nos recuerda a tantas víctimas abandonadas injustamente a su suerte?
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