jueves, 13 de febrero de 2014

SOLIDARIDAD DE LA BUENA

Que abunden las personas solidarias es una espléndida noticia que de ninguna manera debemos minusvalorar. Además, si la solidaridad aumenta, en extensión y en intensidad, seguro que se abren abundantes vías de mejora, cuando no sencillamente de solución, para los mil y un disfraces que adopta cada día la miseria.
¿Por qué no ser audaces y soñar que lo pode
mos conseguir? No serían, en absoluto,  quimeras de ilusos, pues, aunque no se hicieran realidad, nos impulsarían a progresar con la energía de la utopía...
La solidaridad mueve mucho mercado. No hay más que fijarse en los aditamentos solidarios de ciertas publicidades, los proyectos sociales de determinadas entidades financieras o los programas presuntamente solidarios de algunas televisiones, que en el resto de su programación no se caracterizan por tratar con dignidad a las personas precisamente. Pero dar un barniz solidario a los productos, sea cual sea su naturaleza, suele reportar jugosos beneficios a los balances de resultados, que -no nos engañemos- es lo que más interesa. Son bomberos que nos piden agua para apagar los fuegos consumistas que ellos mismos atizan cuanto pueden.
Por no hablar de los así llamados ‘embajadores’ de la solidaridad oficial, que en su intimidad disfrutan de unos caprichos de lujo insultantes; como el de la que acaba de regalar a su marido una isla en forma de corazón, ‘ideal para escapadas románticas’. Su precio: quince millones de dólares. ¿Cómo osará viajar luego a África con una camiseta, para abrazar sonriente a un mocoso lleno de moscas?
La excusa de la solidaridad nunca debería servir para traspasar ciertas barreras. Al contrario, solidaridad tendría que casar con responsabilidad social, impulsar a opciones de vida más sobrias, menos estridentes, más justas, en definitiva. Esa es la solidaridad de los milagros, la verdadera, y no la que justifica cualquier cosa con una recaudación, siempre insuficiente y no pocas veces indigna.
(Mundo Negro)

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