De
sobra sabemos que la Madre Tierra no puede soportar los caprichos de 7.000
millones de humanos. ¿Algún día pasaremos el turno a otros o decidiremos
simplemente vivir con menos para vivir todos mejor?
Durante
la segunda guerra mundial, una ejemplar Simone Weil que trabajaba en las
oficinas de la Resistencia francesa en Londres, se autoimpuso, en un alarde de
extrema solidaridad, tomar la misma y exigua ración de comida que ellos hacían llegar
a los miembros de la Resistencia en el interior de la Francia ocupada. .
Mahatma Ghandi alimentó siempre su esquelético cuerpo con una sencilla y
repetitiva comida, que era la que estaba al alcance del común de los indios.
Nunca contempló excesos.
La austeridad genuina es la que emana de
dentro, no la que nadie te impone desde fuera. La austeridad es la virtud que
te invita al desapego de las cosas y que por lo tanto ensancha el marco de la
libertad. Reivindicamos una austeridad que no viene de Berlín, del FMI, ni del
centro de la Unión, sino del centro de nosotros mismos. En una familia no es
fácil que coexistan armoniosamente grandes diferencias. Nos adherimos a una
austeridad que nos reúna y refunde como gran familia humana, que sobre todo nos
vincule con esa gran porción salpicada por el barro y la miseria, nos ligue a
quienes padecen bien hambre, bien carencias considerables. Reivindicamos una
austeridad libremente asumida que nos iguale un poco a los humanos, que
equilibre las abismales e injustas diferencias económicas y sociales, que nos
acerque al hermano que más necesita y padece.
La
austeridad no es sólo una de las formas más exigentes de solidaridad para con
quienes nada tienen, es también una virtud en cualquiera de sus formas y
medidas, porque nos devuelve a nuestra condición de seres espirituales, no tan
sumamente condicionados por la materia.
Aprender
a vivir más austeramente, con menos cosas, es aprender a llenarnos más de
nosotros mismos y de lo grande que en definitiva nos habita.
KOLDO ALDAI
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