Impresionante.
Los cerezos silvestres empiezan a echar su flor. En medio de la obscuridad de
las nubes, del color apagado de los robles, brota la hoja blanca, y crea motas,
paisajes de vida, de blancura en todo el paisaje.
Venía
esta mañana contemplando estas maravillas y de repente oigo en la radio la
terrible noticia del hundimiento del barco con 700 personas inmigrantes.
Motas
de muerte y dolor en medio de la sabia de los cerezos. Vida en medio de la
muerte
Me
niego a aceptar la necesidad de esas muertes absurdas. Me niego a que un día
esos cerezos sean cortados y explotados y rajados.
Y
lo bonito es que esos cerezos solo dan cerezas silvestres que no se comen, que
no sirven más que para dar sus hojas año tras año y luego sus pequeños frutos
que van cayendo poco a poco hasta invernar de nuevo.
¿Tan
difícil es dejar crecer a los viajeros de la barca en su tierra, aunque sean
negros? Tienen su inmenso valor. El mismo que cualquier otro muerto y cualquier
otro vivo en cualquier parte del mundo. Necesitan como los árboles, luz, sol,
agua y poder crecer, vivir.
Propongo
una campaña para preservar los cerezos silvestres. Y una actividad mucho más
intensa para no quedarme en lamentaciones y denuncias sino empezar a defender a
los navegantes en su tierra.
En
los montes hay brigadas de medioambiente para cuidarlos y preservarlos. Es
urgente que todos los países, que toda la humanidad trabajemos por dejar la
posibilidad de que estas personas puedan vivir y desarrollarse en su país. Eso
es lo principal y más grave que hoy existe.
Pero perdonadme: no me quietéis la blancura de
estos cerezos. Aunque sean una especie de oasis en el mundo. Me resisto a
quedarme mirando la destrucción y la muerte ¿Verdad que es posible plantar
millones y millones de árboles? Simplemente dejemos a la naturaleza y a las
personas crecer en su terreno.
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