Somos gente individualista. Desde niños. Lo que hay más allá de la puerta de casa no tiene importancia. Los problemas de los demás no son mis problemas. Queremos sobresalir con lo nuestro, que lo mío esté por encima del otro.
Sin embargo, tanto la vida como la fe es algo que tiene como base lo común, lo colectivo. Dios habla a través del grupo, a través de la Iglesia. Por eso hay que sentir con el grupo, aceptar las sugerencias e indicaciones del grupo de creyentes. Una fe individualista no tiene sentido; una fe con el sentido de lo comunitario es una fe abierta.
Es imposible que vivamos la fe comunitariamente si no crece en nosotros la valoración de nuestra vida en grupo, de que el valor grande es la vida del pueblo (no de las individualidades). Por eso habrá que pensar sobre todo para el grupo, sentir juntos las alegrías y dificultades del pueblo, hacer lo que más conviene a todos. Imposible vivir la fe en grupo si no colaboramos como grupo a la vida del pueblo.
Veamos algunos síntomas positivos de que esto funciona bien, cuando funciona bien: el diálogo franco, el tener a todos por iguales, estar abiertos al otro, no anclarse en el pasado, sentido crítico, dar apoyo, amor a la verdad, dar y recibir perdón, trabajar alguna vez sin pensar en la remuneración económica, no juzgar al otro, estar dispuesto a aprender. Sin estos síntomas la vivencia de la fe no tendría mucho futuro. Vivamos la fe con sentido de lo comunitario. Ahí tenemos futuro.
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