Algo terrible es acostumbrarnos. Oímos noticias y es como el chaparrón
que nos cae. Oímos muertos en atentados, refugiados que pasan hambre,
emigrantes en busca de lugar. Y como
quien oye llover.
Necesito hacer ejercicio de corazón. Que me afecten de verdad, que se
me revuelvan las tripas. Eso me va a
llevar a actuar. Muchas veces nos quedamos con la expresión ”pobrecitos “, pero
sin más. A lo sumo damos una cosita y ya estamos tranquilos.
Necesito leer, escuchar, dejándome afectar, dejándome impresionar.
Hasta que me lleve a actuar. ¿Cuántas veces lloro de verdad ante el dolor
ajeno?
Javier, el bombero vio el problema de los refugiados en Lesbos y allí
se fue y ahora recoge miles de zapatos para llevar.
En el evangelio, Jesús ve un problema, a unas personas sufriendo y se
dedica a ayudarles de verdad. Ahí está la multiplicación de los panes.
Qué sufrimiento vemos en las personas. Pues podemos poner remedio. El
Cirineo no dijo solamente ”pobre Jesús”. Echó una mano y ayudó a Jesús llevar
la cruz.
Unas limosnitas, una ropa usada, puede ser buena ayuda, pero podemos
llegar mucho más profundo. Hasta cambiar la situación y arrancar el problema.
Percibo que uno de los problemas
de nuestra sociedad es que no nos dejamos afectar por los problemas
ajenos, que los dejamos pasar. ¡ya se arreglarán! Pasamos la responsabilidad a
otra persona o institución.
No se arregla la enfermedad con que otra persona vaya al médico. Tengo
que ir yo y someterme al tratamiento.
Primero estar cerca del problema, segundo
conocerlo, tercero que me afecte, cuarto querer hacer algo, quinto implicarme
en serio.
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