Vivimos tiempos
de tinieblas y crueldad, como cada vez que la codicia encuentra vía para
expandirse.
Ni el
hambre, ni la guerra y su destrucción detuvo a sus actores definitivamente,
cuando ven oportunidad se rearman y actúan sin importar qué dejan a su paso. La
tormenta lleva mucho tiempo gestándose y ya ha descargado muerte y barbarie por
doquier. Avisar no ha servido de mucho porque millones de víctimas siguen
prestas a colaborar con los verdugos.
Una de las principales causas es la que
planteó Martin Luther King y recogía José Luis Sampedro: "No nos parecerá
lo más grave las fechorías de los malvados, sino el escandaloso silencio de las
buenas personas". De las buenas, o no tan buenas. Porque lo cierto es que,
a todos los niveles, vivimos un profundo deterioro de la condición humana. Se
percibe desde los detalles intrascendentes a los de mayor calado.
Aylan (el niño ahogado en el mar ) no fue el final,
fue el principio. De la impunidad. De la deshumanización. Aquel cuerpecito del
niño sirio ahogado en la playa pudo ser el símbolo que marcaba un giro en el
rumbo. Fue a peor. Ha habido miles de Aylan abatidos en todos los campos de la
justicia.
El drama
de los refugiados lejos de solucionarse se ha apartado de la actualidad. De
repente en un suelto de una página perdida vemos que han aparecido otros 41
ahogados en otra arena. Que el mar se traga vidas sin alterar ni un segundo el
discurrir cotidiano. Especialmente de quienes tienen poder para solucionar o
estancar los problemas.
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