He leído, en una revista, lo siguiente:”Millones de individuos no
llegan a ser personas: su vida es solo producir, consumir y divertirse”. (“muy
fuerte, ¿verdad?”).
Me parece muy dura y muy fuerte esta afirmación. La hace Rafael Díaz Salazar,
profesor de Relaciones humanas y políticas en
Madrid.
Lo razona así: la meta de los individuos es obtener el máximo de experiencias vitales, conseguir el bienestar
material y todo el confort posible.
Se tiende a identificar educación con enseñanza. Y lo que se enseña
está cada vez más relacionado con conseguir bienes y luchar
por ello contra los demás. Se
llega a concebir y vivir la vida como un mero comercio de comprar y vender. Lo
importante es tener. Y las carreras que más se hacen son las relacionadas con
los negocios, dejando a un lado los contenidos del arte, la literatura, la filosofía
y la formación del carácter y la personalidad. Esas materias van perdiendo peso
y otras como “Iniciación a la actividad emprendedora y empresarial” empiezan a
inculcar en los jóvenes otros valores. No nos debe extrañar haber oído estos
días cómo las organizaciones empresariales quieren decidir sobre qué se les
enseña a los niños y jóvenes en los centros educativos. La escuela al servicio
de la empresa.
No hemos nacido para trabajar y consumir sino para vivir en plenitud y
en fraternidad.
Lo más importante es aquello que nos ayuda
a desarrollar la interioridad, la
iniciación a la acción social y a crear estilos de vida alternativos. Según la Unesco hay cuatro pilares en la
educación: aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a convivir y aprender
a ser. Añade un quinto: aprender a transformar la realidad.
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