En
un pueblo había un padre de familia numerosa, con huerto y una casa. No tenían
otra cosa. El padre sentía llegar su hora. Quiso darles un consejo pero no se
lo dio por palabras. Se lo dio con un ejemplo.
Los
convocó a los cinco. Todos en su habitación. Diciéndoles con cariño: “me vais a
hacer un favor: bajaos los cinco al huerto, llegaos al avellano y me subís cada
uno con una vara en la mano”.
Los
hijos todos pensaron que su padre desvariaba. Pero los cinco subieron, cada uno
con su vara. “La herencia de vuestro padre, hoy la vais a recibir. Escuchad con
atención lo que os voy a decir: Tú, que eres el más pequeño, recoge las cinco
varas y pártelas todas juntas. No te va a suceder nada”.
Grandes
fueron los esfuerzos no lo pudo conseguir. El hijo se puso triste, el padre se
echó a reír. Las varas fueron pasando del más pequeño al mayor, pero complacer
al padre ninguno consiguió. El padre tomó las cinco y las volvió a repartir,
mandando que las partiera cada uno por sí. Cada cual partió la suya con suma
facilidad.
“Esta
es la herencia, hijos míos que os voy a dejar: si el día que yo muera vais cada
uno por un lado no llegareis a ser nada, la vida solo da palos. Si los cinco
estáis unidos os apreciáis como hermanos, no habrá ninguno que parta las varas
del avellano”.
Con
esto quiero deciros: “La unión hace la fuerza, ninguno os vencerá aunque no os
lo parezca “.
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