Tenemos el ejemplo de la radio y la tele. Tienen algunos periodistas de calidad, con los que es muy
fácil sintonizar y algunos programas que
merecen la pena.
Pero después de oírles unos minutos pasamos a la esclavitud de la
publicidad y en ella se repiten constantemente mensajes y valores contrarios a
los que han podido transmitir esas buenos profesionales: que ser un superhéroe
no es entregar la vida para mejorar al mundo sino simplemente "tener un
Citroën"; o que “17 millones de
euros valen casi tanto como el amor de una madre” (y me ha dolido más ese anuncio
por provenir de la ONCE).
Esos antivalores destruyen todo lo que los locutores hayan intentado
construir, por más que para ello se hayan llegado hasta Lampedusa o el Nepal.
Pero hoy por hoy, sin la publicidad no hay medios de comunicación: una
esclavitud no eliminable hoy, y que habrá que procurar que nos infecte al
mínimo y que no acabe disponiendo de nosotros, exigiéndonos una renuncia
práctica a los ideales que decimos defender.
Dicho ahora con jerga teológica: vivimos en un enorme pecado
estructural que nos hace más proclives al pecado personal (un "sistema que
mata" a los “pobres” ha dicho Francisco). Y de ahí sólo se sale (si es que
se sale) por un camino doble y progresivo: cambiar nosotros radicalmente y cambiar las
estructuras.
O de manera más sencilla: intentar cambiar yo hacia la solidaridad y
cambiar la organización del mundo partiendo de que todas las personas somos
iguales
Ahí estamos todos. Ojala, desde ahí, consigamos
dar algunos pasos efectivos adelante.
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