lunes, 15 de junio de 2015

Ojo a los anuncios



Tenemos el ejemplo de la radio y la tele. Tienen algunos  periodistas de calidad, con los que es muy fácil sintonizar  y algunos programas que merecen la pena.
Pero después de oírles unos minutos pasamos a la esclavitud de la publicidad y en ella se repiten constantemente mensajes y valores contrarios a los que han podido transmitir esas buenos profesionales: que ser un superhéroe no es entregar la vida para mejorar al mundo sino simplemente "tener un Citroën";  o que “17 millones de euros valen casi tanto como el amor de una madre” (y me ha dolido más ese anuncio por provenir de la ONCE).
Esos antivalores destruyen todo lo que los locutores hayan intentado construir, por más que para ello se hayan llegado hasta Lampedusa o el Nepal. Pero hoy por hoy, sin la publicidad no hay medios de comunicación: una esclavitud no eliminable hoy, y que habrá que procurar que nos infecte al mínimo y que no acabe disponiendo de nosotros, exigiéndonos una renuncia práctica a los ideales que decimos defender.
Dicho ahora con jerga teológica: vivimos en un enorme pecado estructural que nos hace más proclives al pecado personal (un "sistema que mata" a los “pobres” ha dicho Francisco). Y de ahí sólo se sale (si es que se sale) por un camino doble y progresivo: cambiar nosotros radicalmente  y cambiar las  estructuras.
O de manera más sencilla: intentar cambiar yo hacia la solidaridad y cambiar la organización del mundo partiendo de que todas las personas somos iguales
Ahí estamos todos. Ojala, desde ahí, consigamos dar algunos pasos efectivos adelante.

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