domingo, 20 de diciembre de 2015

Guerras legítimas

Las condenas se suceden, a porfía. Una masacre inhumana. Un atentado contra la humanidad. Una profanación, una blasfemia. Todas las palabras de condena llevan razón. Pero ¿por qué no reprobamos por igual cuando son otros los que mueren: en Alepo, en Bagdad, en Kabul, en el Mediterráneo, muertos sin número en lugares sin fin? ¿No valen, no duelen por igual todos los muertos? Pronto olvidaremos también a los muertos de París, y seguiremos condenando nuevas masacres. ¿De qué servirá si no nos preguntamos el por qué y el adónde? ¿Por qué estamos donde estamos?
Se suceden también las declaraciones de guerra. Me inquieta profundamente la primera reacción del gobierno francés: los bombardeos de Raqqa. ¿Acaso intimidarán nuestras demostraciones de fuerza a los que no conocen el miedo? “Es el combate de la civilización contra la barbarie. Venceremos al terrorismo”, proclaman, mientras la industria de las armas se frota las manos. Pero ¿cómo creeremos sus promesas de victoria si llevamos tantas décadas de guerra contra los terroristas, y los terroristas no cesan de aumentar y son cada vez más fuertes e incontrolables? ¿No es invencible un desesperado dispuesto a morir? Y nuestras guerras llamadas legítimas contra el terrorismo ¿acaso no tienen mucho de terrorismo, para coartada y soporte de aquellos a los que combatimos? La guerra lleva a la guerra. Así ha sido siempre y así seguirá. ¿Así querremos seguir? (Arregui).

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