El otoño: se caen las hojas. Los árboles frutales entregan su producto.
Se quedan los árboles pelados. Empieza el frio. Se acortan los ratos de luz y
obscurece antes. Lo mismo ocurre con
nosotros, las personas. Empezamos a cubrirnos con ropas más calurosas, nos
acercamos al calor. Recogemos los pensamientos y experiencias de la vida.
Pasamos al anonimato de vidas sin hojas. Las fiestas nos hablan de difuntos. Es
época de siembra y normalmente de lluvias. Es época de enterrar el grano, de embotar, los frutos, de
hacer de hormigas para almacenar para el año.
Pero es época de siembra, de echar las raíces de nuestra vida, de
pensar, de alimentar nuestro espíritu, de saborear las experiencias de la vida,
de mayor silencio y encender las cocinas y las estufas.
Nosotros también vamos perdiendo hojas (se nos cae el pelo, necesitamos
gafas, aparatos para los oídos, los dientes, cachaba.. ) vamos perdiendo impulso. Pero seguimos siendo nosotros y es
buen momento para entrar dentro de nosotros y descubrir nuestro ser: qué
cualidades tengo, qué interrogantes tengo, qué luces veo en mi vida, qué me
preocupa, qué me anima…quiénes me acompañan. Y aún hay preguntas más profundas
que a mí me vienen: ¿qué va a ser de mi después de esta vida, cómo va a ser mi
ancianidad, para qué hay tanta
variedad de personas, pueblos, países,
mundo? Cómo quitar las guerras, cómo ayudar en el sufrimiento… contra el hambre
Miles y miles de preguntas No puedo
pasar al lado de todas ellas sin buscar una respuesta.
Yo voy descubriendo alguna respuesta en Jesús de Nazaret, en el
evangelio: sentido de la vida, Amor que me acompaña, plenitud de sentido.
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