Es probable que Jesús, siguiendo el género apocalíptico de aquella época, esperara literalmente el fin del mundo, es decir, la destrucción de la Tierra por un cataclismo cósmico. Luego los cristianos asociaron la Parusía con ese fin del mundo y el juicio universal y la separación eterna de los buenos y de los malos, todo ello suficiente para hace temblar incluso a los mejores. Además, los cristianos se fueron sintiendo cada vez más cómodos en el imperio romano o en otros imperios: el mundo estaba bien como estaba, y más valía que no llegara la Parusía con el fin del mundo. Ambas razones –el miedo al juicio y la cómoda instalación en el mundo imperial– hicieron que muy pronto los cristianos dejaran de desear la Parusía y que, en vez de rezar para que llegara (Marana tha!), empezaron a rezar para que no llegara. “Si no llega el fin del mundo, es gracias a los cristianos”, decían.
Pero ¿qué significa “fin del mundo”? No se trata del fin del cosmos. Es muy incierto que alguna vez se vaya a producir el fin físico del universo cósmico. Este pequeño planeta nuestro verde y azul sí, ciertamente desaparecerá: dentro de 4 ó 5 mil millones de años, el sol habrá consumido el hidrógeno y, convertido en una gigante roja, engullirá la Tierra. Pero el mundo seguirá. Y tal vez el tiempo, al igual que el espacio cósmico, sea “infinito”, sin comienzo ni fin determinados. Los físicos dudan acerca de si el universo acabará o no volatilizado dentro de una cantidad de años equivalente aproximadamente a 10 elevado a la ciento veinteava potencia.
De ese fin cósmico del mundo sólo saben los físicos, y apenas si saben algo. Pero no es ese fin el que Jesús anunciaba y deseaba. Jesús anunció, deseó y promovió el fin del mundo cruel e inhumano del Imperio y de Mamón (y también del Templo). Y proclamó, encarnó y anticipó un mundo nuevo en este mundo, el mundo bueno y bello de Dios y de todos los seres en la Tierra y en el cosmos. Es el fin del mundo inhumano y la Parusía de Dios en la nueva creación: he ahí la más bella tarea de nuestra esperanza. La otra alternativa es muy triste y posible, y ya está en marcha. Es el tercer sentido de la expresión” fin del mundo”: el fin de un mundo habitable, y tiene infinitos nombres, por ejemplo: Haiti, Palestina, Sahara, Somalia, Congo… Una de dos: o seguimos destruyendo el mundo como morada de Dios y de todas las criaturas, o damos cuerpo a la Parusía de la nueva creación, la Parusía de la humanidad de Dios en la carne de Jesús, nuestra carne, la carne del mundo.
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