Hemos visto las luces y sombras de nuestra fe heredada. No obstante, seguimos queriendo vivir la fe. No hay que enorgullecerse, pero sí apreciar la fe como un valor en nuestra vida de hoy.
A pesar de una, a veces, triste y dura experiencia de un Dios coactivo y de malos recuerdos, seguimos impulsando la certeza de un Dios que ama la vida y está de nuestro lado.
A pesar de nuestras muchas lejanías de la persona de Jesús nos sigue atrayendo con fuerza. Y en esa búsqueda andamos.
A pesar de toda una historia de fricciones y pendencias en nuestros pueblos, seguimos queriendo vivir en grupo, creer en grupo, sentir la solidaridad en grupo.
A pesar de duras experiencias puntuales de negatividad en torno a la Iglesia, a los eclesiásticos, etc…, seguimos queriendo creer como comunidad, como parte de un todo amplísimo que mira a Jesús, la Iglesia.
Muchos hoy encuentran motivos para abandonar la fe. Nosotros vamos aprendiendo que lo cristiano, más que cuestión de ideas, es algo que nos ayuda a mejorar nuestra relación, nuestra calidad de personas. Por eso pensamos cordialmente que una vida de fe es útil y valiosa en nuestros tiempos. Así va siendo el Evangelio fecundo entre nosotros.
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