sábado, 18 de marzo de 2017

La queja es un ejercicio cotidiano.


La queja es un ejercicio cotidiano. Nos quejamos todo el tiempo: del clima, de la seguridad, de que el dinero ya no alcanza y sobre todo de nuestros semejantes. Este hábito mecánico no sólo no soluciona nada, sino que por el contrario enfoca nuestra atención en las cosas que NO queremos en lugar de las que SÍ queremos.
Hay estudios que afirman que en promedio nos quejamos unas veinte veces diarias. Basta  una  excusa para hablar mal de los demás y del mundo que nos rodea.
Ante este panorama, en 2006 el pastor Will Bowen propuso en uno de sus sermones matutinos permanecer 21 días sin quejarse, sin hablar mal de nadie y sin criticar. Esto incluye no quejarse siquiera de uno mismo, así sea “me duele la cabeza” o “nada me está saliendo bien”. La cifra de 21 días obedece a que según algunos psicólogos, es el tiempo que cuesta crear un nuevo hábito en el cerebro.
Bowen, para hacer el ejercicio más serio, repartió a cada uno de sus feligreses una pulsera morada y les indicó que cada vez que se sorprendieran a sí mismos en una queja, una crítica o un chisme, se la cambiaran de muñeca y volvieran a empezar.
Casi todos los que empezaron la experiencia la acabaron, pero a la mayoría les costó cinco meses un tiempo que evidencia la presencia de la cultura de la queja en nuestras vidas

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