Es la experiencia de una persona- le vamos a llamar
Roberto- que ha vivido año y medio cuidando camellos en el desierto. La escasez
de agua, de alimentos. Calor intenso y frio por la noche. Aplasta a cualquier
persona. Y el silencio inmenso y la soledad eterna. Pero Roberto vivió así año
y medio en el Sahara.
Y vive ilusionado. Se fue buscando a Dios, con pasión
por Dios. Hace unos años. Ahora lo
recuerda con entusiasmo, con felicidad, con añoranza.
El día es largo en el desierto. El se entretenía
descubriendo las huellas y analizando las pisadas de los camellos para poder
luego buscarlos. Se especializó en ello a lo largo de ese tiempo, aprendiendo a
seguir a los camellos y a localizarlos.
Y así aprendió a reconocer las huellas de Dios en la
vida. Su vida posterior ha sido muy interesante. Ha recorrido miles de
kilómetros y de países... siempre en busca de Dios. Sin nada. Como un carrilano
de la vida.
Y aprovechando la experiencia que le dieron los camellos
de “buscar las huellas divinas” en la vida. Es un “hermanito de Jesús”, de la
escuela de Carlos Foucault. Este cristiano converso, Carlos, después de vivir
la fe, dice:«Enseguida que comprendí que existía un
Dios, comprendí que no podía hacer otra cosa que de vivir sólo para El».
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