Solemos decirlo y lo hemos vivido hace unos pocos días. Pero yo creo que nadie se muere de repente. De repente cosechamos, porque un día decidimos hacerlo. De repente salimos a la calle, comemos… Pero la muerte es algo que vamos haciendo día a día. Mejor, yo diría que día a día vamos viviendo y llenando la vida. Vamos aprendiendo a amar y entregar nuestra vida segundo a segundo. Vamos perdiendo fuerzas, pero ganando sencillez.
La vida es algo así como una espiga de trigo. Cuando ya está sazonada y madura, repleta de granos, inclina su cabeza porque ya está dispuesta a la entrega. Momento a momento vamos llenando el saco hasta que llega un momento que ¡ya está! Y lo atamos.
No es que vayamos dejando sino cogiendo, rellenando: días, nombres, personas, amor…
Será bonito que vayamos ensayando en nuestra vida para la entrega y cuando haya que darla del todo: “Padre en tus manos encomiendo mi espíritu”. Aprendió a vivir durante tantos años. Y como el niño, recién nacido, lo colocan en el seno de la madre, a nosotros nos coloca la muerte en las manos de Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario